El artículo fue escrito por Alicia Entel y publicado en la revista Por Escrito N°11. Entel es Licenciada en Letras (UBA), investigadora en Comunicación, profesora en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Magister en Ciencias Sociales con mención en Educación por FLACSO y doctora en Filosofía (Imagen y Cognición) por la Universidad París VIII. Dirige de la Fundación Walter Benjamin, Instituto de Comunicación y Cultura Contemporánea. Ha coordinado, entre otros, el proyecto Infancias: Varios Mundos. Acerca de la Inequidad en la infancia en Argentina (Fundación Arcor-FWB).
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El artículo señala lo siguiente:
En estos tiempos, donde los traslados y las diásporas tienen enorme vigencia, cada ciudadano parece llevarse en su mochila un retazo de su aldea. De diferentes maneras: con los sabores y olores de la gastronomía familiar, con los recuerdos que se comparten, con las estrategias para la supervivencia moldeadas en la primera infancia, con las primeras palabras de la lengua materna y, por lo general, con un trasfondo emotivo de gran valor para los aprendizajes. Sin embargo, no siempre ese magma constructivo es reconocido y valorado a la hora de emprender las políticas públicas. Se suele traducir en ferias de colectividades, en reconocimiento de la diversidad idiomática –cuando de idiomas se trata–, o musical o coreográfica. Esta visión quizás sea heredera del pensar que la única diferencia válida porque supuestamente las costumbres así lo dicen, sería la que nos remite al folklore. Sin embargo, lo local pone en juego también otras cuestiones no menos importantes: la diversidad no neutral sino entendida básicamente como diferencia social, el hecho de que no todos los niños y las niñas de los distintos lugares gozan de los mismos derechos: salud, vivienda, educación, información. Asimismo, lo local nos pone en el desafío de pensar en cuáles son y han sido los modelos hegemónicos a la hora de imaginar el bienestar infantil. Y, por último, qué proyectos locales propician mejoras reales para las infancias.
Nos proponemos entonces revisitar nociones e ideas fundamentales a la hora de pensar proyectos sociales ligados a la niñez. Entre ellos, destacamos: memoria, comunidad, pertenencia, cercanía, lo local, el mundo.
Memorias locales
Así como los primeros aprendizajes constituyen el sustrato de edificios cognitivos posteriores, así también el entorno afectivo y territorial moldea la arcilla humana. En el decir de León Gieco: “Todo está grabado en la memoria”. A tal punto que bastan algunos estímulos en la vida adulta para que el recuerdo del espacio de la niñez aparezca, a veces con nostalgia, otras como trauma, otras, simplemente, como aquello dado que configuró pertenencias, amores y afectos. Pero está, siempre está. Si se le pregunta a un adulto por lo local asomará de inmediato el lugar adonde se crió, el espacio social donde se desarrollaron los primeros juegos, el campito, la plaza, el patio de la escuela, o el club de barrio. Espacios todos cargados de una especial emotividad (1).
Interesa poner énfasis en que el recuerdo es a la conjunción de personas y lugares. La casa del abuelo es él y la casa, sus costumbres, sus sueños, sus relatos así como todo el habitar.
A ello debe sumarse un tema muy importante que no siempre se reconoce cuando nos acercamos a las infancias y sus necesidades: que en el pensamiento de la Primera Infancia los sujetos humanos no están “ante” o frente al mundo, sino “en” el mundo, adentro de ese paisaje de modo indiferenciado. Junto con la naturaleza, los objetos, lo construido. Nenas y nenes imaginan que ese entorno les responde de alguna manera, que no es algo estático o muerto sino que está animado. Este conjunto forma parte de su vivencia de vida y de las estrategias de supervivencia. Se aprende de personas, de comportamientos, de otros seres vivientes cercanos, de imágenes muy presentes en la cotidianeidad, de ausencias, de lo que se desea y no está. Todo este conjunto compagina la memoria de las infancias. En otras palabras las memorias locales están constituidas por una compleja trama de significaciones.
Señalaba Maurice Halbwachs (2004) hace casi un siglo que “la vida del niño/a está más sumida de lo que se cree en medios sociales por los que entra en contacto con un pasado más o menos lejano, que es como el marco en el que están prendidos sus recuerdos más personales. En ese pasado vivido, mucho más que en el pasado aprendido por la historia escrita, podrá apoyarse más tarde su memoria. Si al principio no ha distinguido ese marco y los estados de conciencia en él situados, es muy cierto que, poco a poco, se operará en su espíritu la separación entre su pequeño mundo interno y la sociedad que le rodea. Pero como originalmente esos dos tipos de elementos han estado estrechamente fundidos, se le aparecen todos como formando parte de su yo de niño/a. No se puede decir que todos los correspondientes al medio social se le presentarán más tarde como un marco abstracto y artificial” (pp 22).
Y agrega el filósofo con precisiones: “En ese sentido, la historia vivida se distingue de la historia escrita: tiene todo lo necesario para constituir un marco vivo y natural en el que un pensamiento puede apoyarse para conservar y encontrar la imagen de su pasado (…) A medida que el niño crece, y sobre todo cuando se hace adulto, participa de manera más distinta y reflexiva en la vida y pensamiento de los grupos de los que en un principio formaba parte sin darse cuenta. ¿Cómo no se modificará la idea que tiene de su pasado? ¿Cómo las nociones nuevas que adquiere -nociones de hechos, reflexiones e ideas- no reaccionarán sobre sus recuerdos? … el recuerdo es en gran medida una reconstrucción del pasado con la ayuda de datos tomados prestados al presente” .
El pasado de nuestro habitar compone un ropaje no siempre visible que nos inviste y del cual estamos hechos, aunque lo neguemos o nos olvidemos.
De ahí entonces que la presencia y permanencia del entorno -barrio, ciudad natal, pueblito- perdura mucho más que la contingencia de vivir en ese lugar. Integra nuestra memoria.
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